- Noticias / Descubren las huellas de un ave fósil gigante en Rio Negro
CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES
Descubren las huellas de un ave fósil gigante en Rio Negro
Los científicos del CONICET lo bautizaron como Rionegrina pozosaladensis
Compartir en
redes sociales
En la costa atlántica de la provincia de Río Negro, se encontraron huellas de un ave gigante que existió en la zona hace aproximadamente 8 millones de años. La zona corresponde a las Áreas Naturales Protegidas Punta Bermeja y Caleta de los Loros, Punta Mejillón y Pozo Salado. “El descubrimiento lo realizó un guarda ambiental. Reconoció las huellas e incluso, por su gran tamaño, supuso que se trataban de huellas de ´aves del terror´’’, relata Ricardo Melchor, investigador del CONICET a cargo del estudio. El hallazgo fue publicado en la revista Scientific Reports.
De acuerdo a los estudios realizados por geólogos y biólogos de la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam) y el Instituto de Ciencias de la Tierra y Ambientales de la Pampa (CONICET-INCITAP), la zona de Pozo Salado, 8 millones de años atrás, era un ambiente desértico con dunas y numerosos lagos extensos que funcionaban como oasis, y donde concurría la fauna de ese momento. Cuando los científicos del CONICET acudieron al mismo lugar, encontraron que las huellas reportadas estaban cubiertas por entre veinte y treinta centímetros de arena. Debieron regresar luego de la marea alta y gracias a la ayuda de los guardas ambientales y un poblador local localizaron las huellas, las destaparon y limpiaron. A continuación tomaron alrededor de cuatrocientas fotografías del conjunto de huellas y observaron las rocas sedimentarias que conforman la costa y acantilados donde se encuentran las huellas. Tomaron una muestra de ceniza volcánica que se encontraba por encima de las huellas y, con un análisis geoquímico, fueron capaces de saber la edad de dicha caída de ceniza volcánica.
A partir de ese trabajo, descubrieron las huellas fósiles del ave en Pozo Salado, a las que bautizaron con el nombre científico de Rionegrina pozosaladensis, y estimaron que procedían de un animal con un peso mínimo de 55 kilos. Tal como infirieron los científicos, Rionegrina se movió lentamente al momento de dejar las huellas estudiadas: probablemente habría abrevado en el lago o se encontraría en busca de una presa. “Las huellas analizadas muestran un gran dedo central y otro lateral, los que serían el apoyo principal. Tienen, a su vez, un dedo interno muy reducido y casi no se ve apoyos del talón. Estas características del pie indican marcadas adaptaciones para la carrera, es decir que corresponden a un ave corredora. Esto se complementa con una gran garra en el dedo interno, la cual creemos que llevaba elevada y sólo tocaba la tierra la punta de la misma. Esta garra habría servido para inmovilizar a la presa, tal como lo hacen las chuñas actuales. Entre sus presas se encontrarían otras aves y mamíferos pequeños antecesores de los actuales carpinchos, de acuerdo a lo que se conoce actualmente de la fauna fósil”, advierte Melchor.
Tal como explicó el investigador, “Rionegrina apoyaba mayormente dos dedos y eso lo diferencia de las huellas de ñandúes actuales y fósiles, que apoyaban tres. Otras aves actuales como las chuñas apoyan mayormente dos dedos, pero no se conocen como fósiles de un tamaño mayor a las actuales de 2 a 3 kilos, por lo que también se descartan como posibles productores. Las únicas aves corredoras de gran tamaño son el grupo extinguido de las ´aves del terror´ o fororracos, cuyo registro es bastante extenso en Argentina. Aunque los huesos de las patas de los fororracos se preservan raramente, una comparación con los restos conocidos sugiere que estas huellas serían de un
ave del terror aún no registrada”.
De hecho, del ave del terror predecesora, descubierta en Comallo, Río Negro, en 2007 por el técnico del CONICET Guillermo Aguirrezabala y nombrada Kelenken, sólo se conoce el cráneo, pero no sus patas. Sin embargo, Kelenken, que era un tanto más antiguo que Rionegrina, habría tenido un peso mucho mayor, posiblemente de más de 200 kilos. El estudio encabezado por Melchor concluyó que Kelenken no habría dejado estas huellas, debido a que serían mucho mayores que Rionegrina. Eso demuestra que la costa atlántica de la provincia de Río Negro aún tiene muchos otros secretos que descubrir y las investigaciones acerca de las huellas fósiles que contiene, continúan.
‘’En esta zona hay un conjunto de otras huellas de vertebrados y también signos de actividad de invertebrados, que asociadas al análisis de las rocas portadoras permiten reconstruir estas comunidades y la geografía del pasado. En particular, estas son las primeras huellas que pueden asignarse con cierta confianza al grupo de las aves del terror o fororracos. No se conocen en otra parte del mundo, aunque es esperable que este hallazgo facilite su reconocimiento en otras regiones’’, indica el investigador.
En cuanto a su trabajo en el CONICET, Melchor comenta que ‘’estamos trabajando en la temática de icnología y sedimentología continental, la que incluye huellas fósiles, desde hace más de treinta años. Es una investigación básica que mejora el entendimiento de la evolución de este grupo de aves depredadoras y extinguidas, así como las relaciones paleoecológicas para la época de formación de las mismas’’.
Para esta investigación, los científicos recibieron el apoyo de la Secretaría de Ambiente y Cambio Climático y la Secretaría de Cultura, ambas de la provincia de Río Negro, así como de la Universidad Nacional de La Pampa. También la colaboración de los guardas ambientales y el entusiasmo y apoyo brindado por Sergio Méndez, esencial para que este hallazgo se difundiera. El estudio fue subsidiado por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Referencia Bibliográfica:
Melchor, R. N., Feola, S. F., Cardonatto, M. C., Espinoza, N., Rojas-Manriquez, M. A., & Herazo, L. (2023). First terror bird footprints reveal functionally didactyl posture. Scientific Reports, 13(1), 16474.
Por Martín Gasparini y Lucas Llanos